Los problemas de la vida cotidiana del país, en general, no se pueden ocultar. El desastre eléctrico, la inflación y la especulación, el desabastecimiento y el acaparamiento, la inseguridad y los múltiples planes de seguridad que no terminan de cristalizar, la corrupción y la descomposición de las instituciones encargadas de impartir justicia, la escasez de dólares y el vaivén de la política cambiaria, el estado deplorable de los hospitales y la inexistencia de un sistema de salud, la falta de medicinas y los salarios mínimos que no alcanzan para cubrir los costos básicos; más otro tipo de problemas no menos importantes que están en la agenda de la conflictividad social y política como la crisis universitaria, la situación de las cárceles y la confrontación con los medios de comunicación privados.
En este contexto se llega a las elecciones de alcaldes y concejales. Y como si la realidad de los problemas señalados no fuese lo más importante para todos los venezolanos, se la vuelve a poner entre paréntesis hasta después de que se conozcan los resultados electorales del 8 de diciembre. Se imponen las campañas electorales y se repiten las conductas y discursos tanto de los actores políticos como del CNE que afina las justificaciones de los abusos de los candidatos oficiales.
De manera que la realidad de las alcaldías y municipios está fuera de los intereses de quienes quieren ser sus autoridades. Si estuvieran referidas a la gente, si les importara de verdad la cotidianidad de las localidades, las elecciones de las autoridades municipales serían un momento deliberativo y de positivo uso del procedimiento electoral para expresar la preferencia por sus líderes y no la mera proyección en lo municipal de la correlación de fuerzas de la polarización política nacional. Estas elecciones municipales estarían más cerca de los intereses y necesidades de los actores locales que de los dirigentes nacionales. La gente les respondería con su voto para avalar lo que han construido desde abajo en la convivencia cotidiana, y no a las promesas diseñadas para las campañas electorales del momento.
La mayoría no tiene espacio en la polarización
El horizonte de los políticos de turno, opositores y oficialistas, no es potenciar los dinamismos locales, sino prolongar y reproducir el control de los dirigentes nacionales en los municipios. De haber sido de otro modo, el poder centralizado no estaría ahogando, una vez más, la posibilidad de una autoridad compartida desde las localidades y la posibilidad de participar autónomamente en procesos de toma de decisiones significativas. Se vería algo de claridad en la ruta local-nacional-global.
Lamentablemente la política reductivamente electoralista y la polarización han sustituido el trabajo de la política local en el sentido de recrear la vida, el lenguaje, las acciones, los proyectos, las trayectorias personales y colectivas, para que puedan poner mejores medios, servicios, recursos, símbolos y valores que tengan que ver con sus identidades, capacidades, oportunidades, aptitudes e intereses.
En el oficialismo se impone, una vez más, la táctica de siempre: ganarse la aceptación del Poder Ejecutivo para asegurarle a su sector que se conseguirán los recursos para el municipio. Esto a su vez refuerza la cultura política donde es el poder central y centralizador el que distribuye a discreción y conveniencia en vez de potenciar las localidades y, al mismo tiempo, alimenta la pasividad de los actores locales que se limitan a esperar lo que les venga del poder central.
Y, por su parte, la oposición no da muestras de saber qué hacer más allá de las impugnaciones de las elecciones, el reiterado llamado a la defensa del voto y los acuerdos formales producidos desde el interior de la MUD. De este modo nunca se construirá una visión local ni nacional alternativa, ni se generarán capacidades para participar y decidir. Para conseguirlo haría falta superar la polarización y la política reductivamente electoralista, romper con la lógica del operador político intermediario y creer definitivamente que la gente es capaz de definir sus propias visiones de lo que es bueno para sus vidas y su comunidad. Ciertamente en estos tiempos la mayoría de la gente está inconforme y descontenta con lo que existe en Venezuela. Pero esta mayoría no tiene espacio en la polarización política. Se trabaja para ponerla de un lado o de otro de los bloques, pero no para ponerse de su lado.
Una política reductivamente electoralista
De ahí que en este clima electoralista y polarizado ni por casualidad se preguntan sobre cómo quieren vivir los ciudadanos de la localidad. Nada sobre las dimensiones de los problemas que efectivamente pueden resolver las comunidades organizadas (al contrario, hay un cierto menosprecio por las pequeñas tareas como recoger la basura, el buen alumbrado, la contaminación sónica, el transporte, la vigilancia, etcétera). La inercia de la situación impide levantar discusiones en las que surjan las voces de la gente expresando cómo quieren vivir. El ideal de la gestión de los problemas locales por quienes los conocen y los padecen, los distintos ensayos que se han hecho, incluso los más recientes: consejos comunales, mesas de agua, comités de tierras, han sido desplazados por el ejercicio del poder vertical y autoritario de este Gobierno.
En esta coyuntura electoral la oposición, que no ha sabido combinar acertadamente resistencia, transformación, denuncias y anuncios desde las personas y colectividades populares, concentra su búsqueda de votos en la crítica a la gestión del presidente Maduro y en imprimirle carácter plebiscitario a las elecciones. Ambas ideas quieren servir de base para consolidar la estrategia de salir de Maduro. Pero como la aspiración de fondo, netamente política, es el total de votos nacional, no desaparece la sospecha de que en el discurso opositor no hay nada más allá del uso táctico y retórico del descontento y la conflictividad social. La muestra de ello está en la poca fuerza que tienen los líderes sociales locales, los que de hecho tienen que dar la cara ante sus vecinos en las decisiones que se vienen tomando. Si se sigue por este camino difícilmente se convertirán en alternativa popular.
Por su parte el actual Gobierno mueve todas sus piezas para vender la idea de la continuidad del proyecto revolucionario. La propaganda electoral, ahora sin Chávez, trata de hacer ver que es necesario ganar las elecciones municipales porque en ellas se juega la conservación de lo obtenido hasta ahora. El Gobierno apunta hacia el control de todos los espacios locales, no a su potenciación y autonomía. De este modo, en las elecciones municipales se extiende la alta conflictividad por el poder político nacional.
Los municipios y alcaldías se encuentran atrapados en un forcejeo por el poder que presiona desde el centro hacia las regiones y desde arriba del poder central hacia las bases sociales. No se están mirando desde abajo y en perspectiva descentralizadora. Solo, y muy secundariamente, se ponen sobre la mesa los requerimientos de la población local. Se implementan operativos que por su carácter inmediatista electoral se sabe que terminarán cuando concluya la campaña.
Aunque no se ven elementos para pensar que a la vuelta de la esquina está la superación de la situación, tenemos que dirigir la mirada hacia nuestras fuentes morales y renovar nuestra esperanza en que la fuerza y las capacidades de la gente encontrarán otro modo de convertirse en alternativa a lo vigente.
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