10/08/2013 06:56:00 a.m.
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Parece estar creciendo en el seno de la oposición democrática venezolana una inquietud, una preocupación que se expresa en la forma de un sentimiento político, de que a la Mesa de Unidad Democrática –la MUD, como se le conoce en todo el país– le ha llegado el momento de repensarse en varios sentidos.   

Ese repensarse no se limita a la cuestión de la representatividad, factor crucial, puesto que los demócratas venezolanos, en su inmensa mayoría, no están en los partidos políticos, sino distribuidos en todo el país, a menudo como independientes que no forman parte de ninguna organización, o como integrantes de consejos comunales, asociaciones de vecinos, sindicatos, organizaciones no gubernamentales, gremios o grupos de distinta naturaleza, que comparten la angustia de ver el país en la ruta de la destrucción y que con frecuencia se preguntan de qué modo podrían incorporarse a la lucha por la democracia.

Está ocurriendo un fenómeno que no debería pasar inadvertido para nadie: que sigue aumentando el número de personas que se declaran no alineados o independientes en términos políticos.

El debate alrededor de la limitada representatividad de la MUD es la expresión en la superficie de al menos otros cuatro temas, que parece urgente discutir en profundidad, que se refieren –y por ello el título de este editorial– al modo como la MUD representa la política y su actuación en ella.

La primera cuestión, asunto de mucho calado, se refiere a la caracterización del régimen: si esta realidad en la que vivimos, de aplastante concentración de poder y dominio unilateral de la sociedad, se corresponde a una democracia o si debe reconocerse como una forma de dictadura en proceso, impulsada por una cada vez más peligrosa ansiedad totalitaria.

Derivado de lo que arroje esa caracterización correspondería definir o redefinir cuáles son los espacios de lucha, siempre dentro del marco de la Constitución, que corresponde asumir a los demócratas: si se mantendrá concentrada en los procesos electorales, bajo un Consejo Nacional Electoral subyugado sin disimulo por el régimen, o ampliará su campo de actuación a las luchas que los ciudadanos y las comunidades están protagonizando para proteger la vida y hacer valer sus derechos frente a un poder despótico, mentiroso e incompetente.

El tercer elemento nos remite nada menos que a los instrumentos de lucha necesarios: si deben limitarse a la necesaria y exclusiva participación en procesos electorales, o si a las fuerzas opositoras les corresponde expresar el malestar y la necesidad de cambio, protestando y resistiendo en todos los espacios donde ello sea posible. 

La última cuestión es obvia: a la MUD le corresponde contestar si está o no dispuesta a abrirse a la participación de otros sectores más allá del grupo de partidos políticos que la constituyen y más allá de declaraciones y posturas retóricas, cuándo, cómo y dónde se iniciará el debate sobre la política que se debe implementar de aquí en adelante, en un país agobiado por problemas cotidianos, que vive bajo la amenaza de un régimen que se pretende hegemónico y aspira a permanecer en el poder por todos los medios.

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