La corrupción golpea despiadadamente al país. El registro del incremento de este mal que nos carcome desde hace tanto tiempo no nos deja en paz. Pero no se trata de seguir ilustrando las variantes de un diagnóstico que se enfoca en la corrupción administrativa como la causa madre de la crisis que vive el país, y arrostrárselas a los actores políticos del presente y del pasado reciente.
Esta comprensión del problema tiende a justificar la resignación que se ha ido metiendo en el alma de muchos venezolanos y conduce a la figura del líder incorrupto y benevolente como la solución. Pero hoy como antes tenemos que insistir en lo terrible y destructivo de este mal porque no por diagnosticado está superado. La resignación solo contribuye a naturalizar un mal que puede ser erradicado si se ponen los medios adecuados.
El discurso anticorrupción es necesario pero no suficiente
El discurso anticorrupción ha estado en boca de políticos, medios de comunicación, empresarios, iglesias y estudiosos sin que se pueda mostrar un avance significativo en su erradicación. Este discurso, negativamente, ha estado asociado a la idea de la riqueza que se roban los malos políticos y que es cuestión de buenas personas o políticos redentores que metan presos a los ladrones y distribuyan justamente los bienes que pertenecen a todos. Pero poco se ha insistido en que nada de esto es posible si los procedimientos y mecanismos están viciados por el clientelismo y la idea de que gobernar es repartir los cuantiosos recursos del Estado petrolero.
Mucho menos se ha insistido en el trabajo productivo que aleje del reparto de dádivas y que haga innecesaria la búsqueda de contactos, palancas o compadres. La inercia de esta manera de proceder que premia el ingenio del astuto, del vivo y del tramposo le ha servido a muchos gobiernos para mantenerse en el poder. El efecto de aplaudir el actuar inescrupuloso es una sociedad que se descompone cada vez más y en la que reina la desconfianza total en la posibilidad de proceder correctamente y, lo peor de todo, una creciente y profunda deshumanización. Esto mata el sueño de caminar hacia un horizonte de justicia, equidad y solidaridad.
Un poder corrupto que propicia la corrupción
El discurso anticorrupción estuvo en boca del presidente Chávez. Como en otras tantas cosas Chávez acertó en la crítica de la corrupción pero no en la lucha efectiva contra ella. Y, el actual gobierno de Maduro tampoco ha dado muestras de saber qué hacer ante el poder de la corrupción que ha crecido en medio de la descomposición que se vive a todo nivel.
Mientras Chávez se apoyó más en una idea justiciera y reivindicativa que en la necesidad de construir instituciones que corten con la posibilidad de actuar personalista y discrecionalmente, bien sea en una aduana, en un ministerio o en la presidencia de la República, Maduro está totalmente entrampado por la necesidad de conservar un poder que mantiene las condiciones que propician la corrupción.
La corrupción ha penetrado todos los estratos de la sociedad venezolana. Desde instituciones como la GNB y la Policía Nacional hasta los organismos encargados de la distribución de alimentos, pasando por responsables de la administración de justicia. De modo que no se trata solo de la malversación de fondos públicos por unos cuantos bichos malos, sino de una creciente descomposición de todas las instituciones llamadas a combatirla. Es difícil encontrar espacios que de una manera u otra no estén infectados por este terrible mal.Enredos locales y globalizados
En el ámbito nacional se actúa sin escrúpulos porque se sabe que la corrupción va de la mano de la impunidad y se acepta con naturalidad que en nuestro país lo malo no son las roscas sino estar fuera de ellas. Para muchos es cuestión de oportunidades; en una de estas les puede tocar la suerte de estar en el momento y en el lugar apropiado. La idea de la riqueza fácil y rápida ya no es cuestión de unos cuantos malvados que andan sueltos, sino de un tácito acuerdo según el cual todo aquel que se precie de inteligente y avispado debe estar atento a no dejar pasar la oportunidad para agarrar aunque sea fallo. De este modo se felicita al genio de las trampas, de las sobrefacturaciones, de los movimientos financieros donde quiera que se preste, porque forma parte de la trama de complicidades donde triunfan los astutos que saben cómo es la cosa a la hora de dilapidar fondos públicos.
Todo esto se suma a la globalización de la corrupción. Los escándalos de corrupción no son solo locales sino que van más allá de nuestras fronteras y salen a la luz pública cuando se temen consecuencias peores que el hecho de ser ventilados. Lamentablemente, Venezuela luce indefensa ante las tribus, los clanes, las mafias y los carteles. Las autoridades locales están enredadas en un gran sistema de sofisticados ilícitos en el ámbito nacional y global que hacen uso de la más alta tecnología y son la otra cara de la globalización.
No multiplicar las leyes sin necesidad
Un organismo más, un procedimiento más o una ley habilitante más para luchar contra la corrupción, donde no hay procedimientos institucionales que se practiquen efectivamente, se convierten en un nuevo reto para crear la trampa. Por tanto, no es la excepcionalidad de una ley en manos del presidente de la República, en un clima político polarizado, la que va a sanear la administración de los recursos del Estado, detener la descomposición social y controlar la expansión de las mafias.
En primer lugar, porque este Gobierno no se libera de la sospecha de que va a actuar arbitrariamente y de que en realidad su única preocupación es descargarse de su propia responsabilidad. Apuntar hacia gente que no tiene nada que ver con el problema es encubrir a los verdaderos culpables. Esto es connivencia con el delito. Es claro que la corrupción administrativa no podría prosperar si desde las alturas del poder no se la tapara. Y, en segundo lugar, porque lo que persigue con la retórica anticorrupción es persuadir a las mayorías de que este Gobierno es la víctima de la actuación de los inescrupulosos antirrevolucionarios. Este Gobierno supone que en Venezuela no hay ciudadanos que están hartos de los procedimientos que convierten todo en un inmenso círculo vicioso. Se quiere hacer ver que los que hoy se le oponen no tienen moral para criticar la corrupción porque entre sus filas también la ha habido y la hay. Luego, convoca tácitamente a dejar las cosas como están.
Política, ley y principios normativos tienen que ir juntos
La corrupción tiene que pensarse en relación con los límites que supuso la instauración de una democracia que paulatinamente perdió su base popular y se redujo a lo meramente procedimental. También se debe asumir que la descomposición actual tuvo y tiene que ver con el origen y destino de la renta petrolera y el modo como afectó y afecta las formas de entender el progreso del país. Y, no menos importante, reflexionar sobre la concepción de la cultura de lo público porque los procedimientos instituidos en la práctica cotidiana propician la corrupción y cuestionan la pertinencia del cuerpo de leyes que se supone regula la actuación de los ciudadanos.
Si la ley es una mera formalidad, un dispositivo o una herramienta técnica del ejercicio del poder como dominación, no podemos esperar otra cosa sino que se convierta en un instrumento de abuso en manos de los poderosos de turno. Se trata de convencernos de la necesidad de cumplir con una ley surgida del acuerdo entre los distintos mundos de vida que hoy existen en Venezuela.
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