El dicho, en esta ocasión, le viene como anillo al dedo: "no es capaz de masticar chicle y correr a la vez". Solo que en esta oportunidad no se trataba de correr, no al menos sobre los pies, sino sobre ruedas. Tampoco era cuestión de masticar chicle, sino de saludar y al mismo tiempo transmitir la impresión de juventud, vigor, equilibrio, velocidad y poderío en la conducción de esta bicicleta espichada llamada Venezuela.
Pero todo se fue al traste en un segundo y el hombre, a pesar de sus años de experiencia en materia de conducción de colectivos, léase buses, se fue de platanazo al equivocar un volantazo por estar mirando hacia el infinito, valga decir, a los apartamentos de los edificios circundantes y saludar a la nada, agitando la mano izquierda con regio movimiento de cámara lenta, que lo aclamaba, no sin cierta preocupación por el equilibrio precario de su ejercicio pedalístico, desde los desiertos balcones del centro caraqueño.
Claro, fue la derecha, siempre la maldita derecha, urdiendo conspiraciones al abrigo de las enchumbadas neuronas del conductor designado que, dejada por un instante al mando del manubrio nacional y aprovechando el éxtasis que experimentaba en su interacción con las masas, lo traicionó en un artero movimiento que lo lanzó de platanazo contra el duro pavimento de la realidad, llevándose consigo, en horrible melée, a otros destacados ciclistas, en este caso, al más constante de los trepadores, también campeón en el deporte de choques de automóviles, el eximio escalador Jorge Rodríguez.
Pero está visto que tanto en ruta como en pista andamos todavía muy lejos de alcanzar, por ejemplo, a nuestros vecinos colombianos, lo cual me trae, a manera de recuerdo, aquellas primeras ediciones de la Vuelta al Táchira. Para entonces el súper campeón neogranadino, Cochise Rodríguez, cruzaba de primero en el Premio de Montaña del Pico del Águila para luego bajar hacia Mérida, la mano derecha al mando de la "cicla" y la izquierda sosteniendo un pedazo de patilla que mordisqueaba con el desparpajo de los atletas sobrados, que llegan a la meta, en aquel caso, con una hora de ventaja sobre nuestros esforzado escarabajos venezolanos.
Así que luego del pasado domingo queda demostrado que el corredor Maduro, quien pese a unos ancestros con tanto pedigree y contando con el aporte de peones de lujo como Rodríguez, pierde el control de su caballito de acero a las primeras de cambio, rueda a trompicones por la bajada, falto de piernas se derrumba en las cuestas y definitivamente se viene abajo en la llanura. Por eso resulta tan llamativa su versión sobre el accidente: "solté el volante y nos estrellamos toditos, pero así como nos estrellamos nos levantamos (... ), muertos de la risa".
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