Viendo las cosas de forma retrospectiva, podemos concluir sin demasiado apuro que la derrota de la oposición en las elecciones presidenciales del 2012 se gestó un año antes, en el atribulado y fatídico ejercicio fiscal anterior.
Luego de fundar sus estructuras directivas, organizar un inteligente protocolo para acordar planchas unitarias y mejorar de forma sustancial la calidad de su vocería, la MUD había dado un enorme paso para terminar de torcer la voluntad nacional en las elecciones parlamentarias del año 2010. Aquella noche de septiembre, por mucho que pretendieran disimularlo, las caras largas y mortificadas del chavismo denunciaban solas la angustia que comenzaba a invadir los espacios de Miraflores.
A poco andar, concluida las felicitaciones y la fundada sensación de logro compartido de la Unidad, Hugo Chávez contó sus reales y tomó de nuevo el control del timón. Se aproximaba el tiempo del contraataque. Una inusual secuencia de estatizaciones; un ambicioso programa de transferencia de recursos a sectores necesitados y el desarrollo de una mortífera estrategia de comunicación política y diálogo con las masas le hicieron recuperar por completo el control de la situación, palpable en todas las encuestas de finales del 2011.
Las instancias de la MUD vieron discurrir aquel momento decisivo organizándose para celebrar las elecciones primarias, probablemente persuadidos de que, con un aparato considerablemente más modesto, la estrategia definitiva del crecimiento debía descansar en el recorrido y el contacto con la población que llevarían adelante los precandidatos.
En incontables ocasiones, en reuniones de todos los tamaños y frecuencias, se recomendó a la dirigencia de la oposición que diera una efectiva pelea por llenar el vacío declarativo que encontró proporciones dramáticas durante el decisivo año. En Venezuela había un combate entre dos modelos, y, en consecuencia, una dura batalla de opinión pública que dar en torno a un modelo de sociedad. La respuesta solía ser la misma: estamos trabajando; los plazos caminan a la perfección, no es necesario estar saliendo en la prensa todos los días para cumplir con la encomienda.
Se supone que La Mesa no había sido creada exclusivamente para organizar primarias: debía ser una instancia directiva, destinada a llenar un vacío y orientar a la población en torno al camino por recorrer en un trabajo que, por supuesto, tiene que ser en equipo. Se trataba de enrostrarle el gobierno sus errores, de hacer un necesario trabajo de agitación cotidiana en torno a los agobiantes problemas de los venezolanos.
Para eso era que los partidos políticos estaban demandando, de manera legítima por demás, la conducción de un proceso que ya se había descarrilado por completo a partir de las improvisaciones de la denominada sociedad civil en el año 2002. A cada nuevo apagón, a casa nueva espeluznante historia sobre los estragos del hampa, a cada nuevo reporte sobre una falla en el Metro, se le aparecía entonces Chávez, con una especie de acupuntura anímica para dominar la molestia de la gente sencilla, con el camino despejado a partir del vacío que cortésmente le dejaran los partidos de la MUD. Las mayorías nacionales terminaban dando por buenas las excusas del gobierno: nos están saboteando, claro, son males heredados del capitalismo. No es para tanto: son cosas que pasan en todos lados. Nueva York es más peligrosa que Caracas.
El país que tenemos hoy está muchísimo peor de lo que piensa la gente. Eso quiere decir que, después de todo, al chavismo su proceder le ha salido bastante barato. Esta es una de las naciones más caras y violentas del mundo. Las estructuras de poder están completamente corrompidas; las historias sobre desfalcos masivos y daños patrimoniales en las gobernaciones que domina el chavismo son indignantes. En las empresas de Guayana se ha consolidado un delito de lesa economía. Los índices de desabastecimiento rozan el escándalo, no se consiguen, incluso, medicamentos esenciales, está decretada una emergencia vial y otra hospitalaria, el nivel inflacionario de este año será el mayor desde 1997. La tragedia de Amuay se consumó con entera impunidad, sin investigación y sin responsables. Un nuevo gramo de indignación detrás de la nueva tropelía de un motorizado.
Hugo Chávez ya no está: ha terminado la excusa, que ya había mutado en fetiche, en torno a su presunto dominio perpetuo sobre el parecer de las masas. Entre un mohín administrativo y el otro, lo único que por ahora se siente es el espeso y ya tradicional silencio de la MUD. No hay escándalo, por muy estrafalario que sea, que le permita a la causa de la Unidad terminar de capitalizar las circunstancias para dar el salto que necesita. Ni siquiera si toda la refinería de Amuay hubiera reventado por los aires.
Ninguna de estas impresiones puede quedar respondida argumentando que “eso ya se declaró el otro día”. Eso es lo de menos; si se declaró o no da lo mismo: su efecto práctico es ninguno. Estoy aludiendo a una estrategia integral de comunicación de mensajes políticos, que tome nota de las dificultades existentes en la televisión, que se derrame en paredes y murales, en volantes y asambleas, que propale el descontento y le devuelva el vigor a la amplísima cantidad de venezolanos que hoy se siente completamente abandonada. Capriles no puede sólo: tiene un estado que atender y un piso político que se puede erosionar si no se le ayuda. ¿No se le había dicho a la gente que esto era una emergencia?
A veces da la impresión de que, antes que la MUD alcance su objetivo, primero nos quedaremos sin una nación sobre la cual vivir. Nada sobre la escasez de medicinas. Nada sobre Edelca. Nada sobre el narcotráfico. Nada sobre los secuestros. Poco, lo cual equivale a nada, sobre la corrupción del alto gobierno. Mientras a algunos dirigentes de Primero Justicia se les montó frente al país una marramucia incalificable para hacerlos aparecer como unos delincuentes en Aragua, de los desfalcos del gobernador saliente, Rafael Isea, directivo del Bandes, mano derecha de Miraflores, el país se vino a enterar por una denuncia de su copartidario y sucesor, Tarek el Aissami
La salida a esta crisis es electoral. Pero los problemas de los venezolanos no son electorales.
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